La Ayuda de María en el Camino de Sanación [In Spanish]

Unos padres y su hija fueron exiliados por razones políticas a Estados Unidos, pero ¿qué le ocurrió a esa niña de ocho años que había llevado una vida tranquila y sencilla?  Su mundo, tal como ella lo conocía, desapareció; todo cambió.  De repente, tuvo que comenzar a hablar su  segunda lengua, empezó en una nueva escuela, dónde no tenía amigos, y tuvo que aprender las nuevas costumbres y tradiciones de su nuevo país. El resto de su familia se quedó atrás.  Ahora ella era la forastera.

Esa niña soy yo, y aquí, mi historia de cómo descubrí a la Virgen María, mi Madre.

A mis once años, descubrí que el matrimonio de mis padres se estaba rompiendo.  Fue entonces que la frase “familia rota” se convirtió en mi realidad.  Me sentía llena de miedos, sola y abandonada.  Mi padre vivía su vida mientras que mi madre se consumía por la tristeza y la traición.  Siendo hija única me mantenía en silencio y retraída.  ¡Qué gran agujero se profundizaba en mi corazón!

Me sentía sola y apenada porque en los años 1960 las “familias rotas” no eran bien vista por la sociedad.  No tenía idea que hacer para ayudar a mi mamá.  Nuestra casa se convirtió en una prisión de tristeza.   ¿Dónde podría buscar ayuda? ¿Con quién podría hablar sin que me juzgara?  ¿Alguien sabría que mi familia estaba rota?  Toda mi vida cambió.  Mi silencio aumentó.

En la escuela parroquial las religiosas hablaban mucho sobre la Virgen María.  Sus historias me hacían recordar a mi tía materna que siempre me hablaba sobre María.  Ella era gran devota del Rosario el cual rezaba de rodillas todos los días.  Me intrigaba el por qué estas mujeres amaban tanto a María.  ¿Por qué era tan importante para ellas?  Días más tarde decidí que comenzaría una relación con la Madre de Dios. Le iba a permitir que me guiara adónde ella quisiera.  Comencé a llevar un rosario conmigo y aunque no lo rezara, dejaba que las cuentas se deslizaran por mis dedos.  Aun así, mi curiosidad aumentaba. 

Los años pasaron y decidí buscar que decía el Catecismo de la Iglesia Católica referente a María donde encontré lo siguiente: 

(490)  “Para ser la Madre del Salvador, María fue ‘dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante’.  El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como ‘llena de gracia’…”

(491)  “…proclamado en 1854 por el Papa Pío IX: …la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano.”

(494)  “…María respondió por ‘la obediencia de la fe’, segura de que ‘nada hay imposible para Dios’: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’.  Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús…”

(496)  “…la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido… sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo…”

Entonces, Dios Padre creó a María, la Inmaculada Concepción, para que fuera la madre de Jesús, quien fue engendrado en su seno por el Espíritu Santo.  Concebida sin pecado original, María nunca conoció ni cometió pecado alguno.  Ella es el vaso espiritual donde Jesús nació.  Aunque vivió una vida santa, su Corazón Inmaculado padeció grandes tribulaciones.    Ella es la personificación del amor, la obediencia y la humildad.  Sólo María llena mi vida de esperanza, fe, amor y paz.

Cuando comencé a rezar el Rosario se me hacía difícil. No podía concentrarme porque mis recuerdos surgían a flor de piel.  Continué rezándolo, y con el tiempo, logré comprender que María me estaba pidiendo que le entregara todas mis memorias, mis miedos y mi sufrimiento.  No podía hacerlo porque yo quería controlar lo que había vivido.  Por fin desperté: si no soltaba mi carga, jamás podría liberar mi corazón y mi mente. Sólo liberándome podría convertirme en quien Dios quería que yo fuera. Entonces podría disfrutar mi vida y mi familia que había formado.  Hasta ese momento, mi pasado tenía preferencia y era imprescindible que comenzara a vivir en el presente. 

Le entregué a María todo: mi vida, mis memorias, mis tristezas y mis sufrimientos. Le pedí su guía total.  Caminando con ella a través de los misterios del Rosario la siento como la madre que está siempre lista y dispuesta a consolarme y a llevarme a su hijo Jesús.  Con mi nueva perspectiva supe que ella me entiende y me comprende. 

Su Inmaculada Concepción es la fortaleza en mi vida espiritual.  Ella me conduce a llevar una vida de oración consistente y verdadera.  Al entender su relación con la Santísima Trinidad – Padre, Hijo y Espíritu Santo – se me aclaró que la Santísima Trinidad es la comunidad amorosa de tres personas unidas en Uno que cuida y protege a María.   

Cuando el recuerdo del abandono quiere quitarme la paz, busco a Dios Padre con quien siento plenamente su amor por mí. “Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó” (Gen 1,27).  Sus palabras me aseguran me soy hija de Dios, creada en su propia imagen y semejanza.  ¡Qué bendecida me siento!

Cuando el rechazo y la traición se concretizan, Jesús llena mi corazón de fuerza y humildad.  Tal como él fue rechazado en su propio pueblo de Nazaret, reflexiono en sus palabras: “A un profeta sólo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa” (Mc 6,4).  Me siento comprendida y amada por Jesús tal y como soy porque soy una hija de Dios, y, Dios al ser perfecto, sólo crea cosas buenas.

Cuando el miedo, las dudas y la soledad se entretejen en mi corazón busco el consuelo del Espíritu Santo que vive en mí y medito: “y yo pediré al Padre que les envíe otro Defensor que esté siempre con ustedes… Ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes, y estará en ustedes (Jn 14,16-17).  María me enseña a escuchar esos pequeños murmullos interiores del Espíritu Santo los cuales nos advierten acerca de nuestras acciones. 

La obediencia de María me ayuda a ser obediente a la palabra de Dios.  Ella aceptó su voluntad sabiendo que nada es imposible para Él.  Cuando no me es fácil ser obediente, junto a María puedo superar mi debilidad.  Ella se ha convertido en mi mentor.

Cuando pienso en la tristeza, humildad y fuerza de María al pie de la cruz,  ello sobrepasa cualquier experiencia que yo haya vivido. Jesús nos dio el mejor regalo que hemos podido recibir: su propia Madre, nuestra propia  mediadora. “Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo amado, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre’” (Jn 19,26-27). 

Caminando con María he enriquecido mi vida espiritual. Soy una obra en proceso hasta que llegue mi último aliento.  Doy gracias por el extraordinario nacimiento de nuestra Madre María que se celebra el 8 de septiembre.  Ella continuamente, de manera sutil y sin llamar la atención, nos lleva a su hijo Jesús. Gracias, Madre, por tu presencia activa en mí.  María, que nunca me aparte de tí.

“OH MARÍA SIN PECADO CONCEBIDA,

RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS”.

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Graciela Rodríguez y su esposo llevan 50 años de matrimonio.  Tienen un hijo y una hija, ambos casados, y una nieta y dos nietos. Ella tiene una maestría (MA) en Ministerio Pastoral (2016) de Barry University.  Su proyecto pastoral: Maestro, ¿dónde vives? Vengan y vean. La Dirección Espiritual, Caminando con Jesús fue publicada por la Orden Pía (Escolapia) en su revista Analecta Calasanctiana.  Ella ha servido como líder de grupo de apoyo de Life-Giving Wounds en Miami, Florida.